jueves, 6 de noviembre de 2008

DISERTACIÓN CRONOLÓGICA



Lunes:


Como siempre, no se contiene el tiempo. Las horas se van hasta arrebatarnos la noche. Y es eso lo que duele, la noche, la de ayer y todas las noches en continua fuga. No, no son las horas las que duelen, son las noches que se mueren sin poder hacer nada.

Martes:


Sol. Mañana de luz y celestes. Ayer llovió. La lluvia estaba enfurecida. Hoy la mujer se vistió de beige y café y se perfumó con ese aroma único que tiene la noche cuando se fuga.


Miércoles:


El último del mes de julio. El último del verano de julio del 2008. Ya nunca más volverá a existir el último miércoles veraniego del mes julio del 2008, ni su noche.
¿Por qué mueren las noches?


Jueves:


Encantadora rutina en la que el reloj es el único rey. Seguramente habrá llovido el martes y el miércoles, o tal vez no, lo único seguro es que las respectivas noches de esos días habrán dejado de existir.


Viernes:


Probable día alegre aunque pueda estar nublado. El primer viernes de agosto significándose en vacaciones, aunque éstas no existan para todos. Es curioso que en Argentina sea invierno. Es curioso que la gente pierda sus trabajos, sus amigos, sus seres queridos y sus noches…


Sábado:


No sé que pueda suceder este día. No sé aún que sucedió ayer, ni anteayer, ni el miércoles; tampoco creo que tenga importancia porque siempre pasa lo mismo. El jueves debería haber acudido al dentista, espero no olvidarlo. Cuando sea domingo tendré en mi haber cinco noches más, todas muertas, y una por nacer y ya condenada, dependerá de la hora…


Domingo:


A esta crónica le falta todo lo que aún no sucede, incluidas las noches que aún no llegan…pero que sin remedio van a morir.



Después del domingo sigue el lunes.


Issa Martínez

(Publicado en Alenarte Revista)

BELÉN DE LAS FLORES

Se encuentra en una parte alta de la ciudad de México. Nunca dice nada, pero hemos dialogado cuando la tarde cae y los árboles se mecen con el viento ligeramente frío.

Sus paredes son muy viejas, descascaradas algunas, incompletas otras, artríticas todas. Las escalinatas de piedra acogen los huesos de aguacate que caen de los árboles y los nísperos. La mano del hombre ha llegado a remozar su gesto vetusto, a intentar arrancarle sus secretos, pero ella no se deja. Siempre está en silencio y no dice nada aunque sienta dolor cuando derrumban sus paredes.

Solo yo la escucho…

Percibo sus lamentos y oigo su historia mientras el río suena y los pájaros nos acompañan con su coro apacible. Me revela los misterios de sus túneles y sus paredes tapiadas con otras paredes falsas, mientras se acumulan con los días, montículos de tierra, cal y piedras, y plantas agrestes, que sin permiso sobre ellos siguen creciendo.

La he visto llorar por cada pedazo de cantera rota por el tiempo. Pero su dolor no tiene límite cuando el mazo derriba sus ladrillos, intentando arreglar lo imposible: porque ya no será ella, porque no serán sus piedras, ni su calidra, ni sus vanos, ni tampoco sus cornisas.

Cuando logra olvidarse de lo que le hacen, es cuando me cuenta de los pasos enamorados de aquella mujer, presurosos para encontrarse con su amante. Me ha enseñado la huella de bala sobre el perímetro de la fuente, que disparó con puntería el marido ofendido. Me ha adiestrado para escuchar el silencio de la capilla que contiene las voces de sus muertos. Y me ha mostrado sus fantasmas y el coro de risas infantiles que guarda en sus cuevas.

Le sostienen con andamios los restos de la fachada de su pequeña iglesia, para evitar que caigan cuando las máquinas retiren el cerro que cayó sobre ella. Y ella me dice que de nada sirve, que las resquebrajaduras no son visibles ni curables Y, que esas piedras que los andamios sostienen, ya no son nada. Luego vuelve a llorar, a llorar y a llorar, y sus lágrimas se confunden con la lluvia, y la lluvia se encharca en las cavidades nuevas y en las viejas…

Y yo, pacientemente, debo esperar a que se sequen los charcos, para que ella vuelva a hablarme y a confiar en mí. A veces debo esperar a otro día y a otro. Pero llega una mañana y otra, y otra más. Entonces se encadenan las semanas y, cualquier día, me toma por sorpresa y vuelve a hablarme, cuando había creído que ya no lo haría más.

Y así me recibe por la mañana con un aguacate maduro que yo recojo de su suelo de piedra, me invita a sentarme en sus escalones viejos cuyas varillas ya están al descubierto, algunas…deja que el sol me entibie, le dice al río que suene y hasta llama a algunos colibríes a libar de algunas flores. Sin remedio sucumbo. La escucho nuevamente. En silencio…

Así supe del coronel, de los esclavos y los romances de las nanas y los capataces. Así supe de la hija que murió muy joven, de los hijos que se odiaban aún siendo hermanos. Del abuelo inclemente látigo y fusil en mano. De la madre y su amante, del anillo de bodas perdido y encontrado. De la cocinera madre de los hermanos que se odiaban y que nunca supieron su origen. Del caballo del amo despeñado junto con su dueño, en un honorable suicidio…

Y luego vuelve a dolerse. Y vuelve a llorar. Y yo quisiera que ya no me hablara pero le gusto, le doy confianza y me cuenta…y es que es tan buena anfitriona: me invita de las aguas de su río, de sus frutos, de sus pájaros y el zumbido de sus abejas y, hasta se burla de mis miedos y me bromea mostrándome sus arañas y pequeñas serpientes, y escucho como se muere de risa con mis gritos de espanto.

Mágica, triste, cómplice, así es mi amiga la Exhacienda Belén de las Flores. Y muy, pero muy parlanchina.

Issa Martínez
(Publicado en Alenarte Revista)